En este reportaje sobre el barrio de La Clota, en la ciudad de Barcelona, puedes ver los huertos tradicionales que todavía resisten a las sucesivas reformas urbanísticas de la ciudad. En primavera merece la pena el paseo. Como se explica en el precioso libro ilustrado de Òscar Julve, Passejant per Horta: “Pasearéis por un montón de huertos con la sensación que es imposible que estéis en la ciudad de Barcelona; conoceréis gente que os explicará historias antiguas llenas de melancolía, de aquellas que explicaban los abuelos; comprobaréis que justo ante vuestros ojos existe una convivencia entre vecinos admirable, una estrecha comunión con toda una historia detrás. Descubriréis calles con lavaderos, torres con solera, masías, casas de indianos, laberintos y velódromos, cementerios románticos, plazas populares, ateneos ilustres… descubriréis la magia de un barrio que ha sabido preservar su identidad por encima de todo”.
Hablo de este barrio en el capítulo 7, “Miles de huertos urbanos”, de El huerto curativo, porque pasaba por él varias veces al día en el ir y venir del instituto Narcís Monturiol, donde estudié el bachillerato:
“En mi adolescencia hice cada día el camino al instituto, al pie de la montaña del Tibidabo, en Barcelona, andando entre descampados que antes eran campos de olivos, entonces campos de fútbol y que más tarde se convirtieron en instalaciones
olímpicas. Los huertos y las balsas para regarlos se distribuían entre los bordes de los diferentes caminos, los linderos de escombros, tras las tapias de las casas y al lado de las rieras que todavía bajaban a Barcelona a cielo abierto por el barrio de La Clota. La gente cultivaba principalmente patatas, tomates, pimientos y lechugas. Recordado ahora, era un bonito desorden de cunetas y huertos en el que seguir el ritmo de las estaciones con la bufanda en la nariz o en camisa de manga corta.”