Las calles del barrio barcelonés de Gràcia son estrechas. Tienen su encanto urbano pero solo encontrarás algo de verde en los pocos árboles de sus plazas, en sus balcones y terrazas –algunas con huerto- y en ocultos patios de las casas de la antigua villa. Quizá por eso esta mañana hemos buscado con mucha curiosidad el número 62 de la calle Encarnació, donde Candi Soto nos ha invitado a visitar el Jardí del Silenci.
Una gran valla metálica cierra lo que parece un solar en construcción, aunque es la entrada a un paraíso. Lo es no solo porque en un giro de cabeza pasas de los muros de ladrillo a una espléndida pérgola de glicinas o del ruido de los autobuses a la bella melodía que hoy suena bajo la cúpula verde. Es un oasis también porque este jardín no existiría sin el empeño colectivo y el trabajo voluntario de los vecinos del barrio que han impedido que ese espacio se convierta en un bloque más de pisos.
Candi, que riega y cuida el jardín, nos hace de guía y se centra en las plantas (desde las aromáticas hasta los pies de las palmeras que se tuvieron que cortar por no tratarse a tiempo), en los diferentes espacios (desde las mesas de cultivo con las tomateras, hasta el pequeño jardín zen) y también en las actividades que allí organizan, como las sesiones de estiramientos, música, pintura, teatro, talleres infantiles o una noche mágica en Sant Joan. Para estar al día nada mejor que seguir su Facebook, su web o el blog de la plataforma vecinal.
Durante nuestra visita esa mañana, un grupo de jóvenes músicos y cantantes, con Anna en el centro, están ensayando y grabando un vídeo bajo la pérgola. Son una aparición fantástica, como seres élficos que crean belleza desde un refugio verde y calmado, separado apenas unas decenas de metros de los contenedores de basura y los camiones de reparto. Si me preguntas que tipo de mundo prefiero no tengo la más mínima duda.
Pero hay una historia y mucho esfuerzo tras el Jardí del Silenci. En 2012 los vecinos vieron cómo las excavadoras entraban en el convento custodiado por las Missioneras del Santíssim Sacrament, un edificio racionalista nada excepcional, pero que en su interior conservaba un jardín de 800m2, con una pérgola, cuatro palmeras centenarias y árboles frutales. En teoría, por una condición testamentaria del año 1900, el conjunto estaba destinado a ser “una escuela religiosa y jardín para que los niños del barrio” pudieran gozar de un espacio natural y tranquilo. Sin embargo, el rector de la iglesia de San Juan, como sustituto albacea de las misioneras, acudió en el año 2002 al Arzobispo de Barcelona para que cancelase esa claúsula, dejando la puerta abierta a que el solar fuese utilizado para construir pisos, en línea con el a afán especulativo general y de la Iglesia en ese momento.
Los vecinos de las calles Encarnació, Sant Lluis y la Associació Veïnal Vila de Gràcia, organizaron diversos actos reivindicativos y la campaña Salvem el Jardí en la que se recogieron 5.000 firmas durante la festividad de Sant Medir de 2013, con el objetivo que el terreno pasase al Ayuntamiento y no a una empresa inmobiliaria. La reivindicación: crear un centro cívico al aire libre, un lugar para todas las edades, donde respirar, hablar, reunirse, leer, escuchar cuentos, meditar, bailar, pintar muros, crear música, hablar de naturaleza y de energías renovables, cultivar, cuidar el jardín…
La Associació Salvem el Jardí 2014 continúa su labor cada día para que esas actividades sean realidad, si quieres colaborar o organizar actividades en ese espacio puedes escribir a jardidelsilenci@gmail.com
En enero de 2014 el Ayuntamiento compró al Azobispado el solar, 1,2 millones de euros. Ahora los vecinos esperan que la calificación urbanística y el uso de esa parcela preserve y respete el jardín como equipamiento del barrio.