Siempre me ha gustado la idea de mezclar huerto y jardín. Mi amigo Ignacio Abella ha explicado muy bien eso al hablar del güertín de la güelita, que servía para procurar alimento a la familia, pero también para mucho más:
“Allí se cultivaban los crisantemos para honrar a los muertos de la familia en el cementerio, el día de difuntos. Las calas, azucenas y gladiolos se ponían al pie de santos y altares y en la iglesia se colocaban especialmente los días de fiesta. La casa se vestía también con ramilletes de flores y siempre había algún lilar, matricarias o julianas para dar una nota de aroma y color al propio huerto. Por los rincones se mezclaban estas plantas ornamentales, con las culinarias (perejil, menta, orégano…) y medicinales (ruda, salvia, melisa…) y había una hierba para cada cosa: una regla dolorosa, una mala digestión, una gripe o catarro… También había remedios para los animales y plantas útiles para atar (formio), para ahuyentar a los topos (tártago) y para otros mil usos y necesidades.”
También me gusta la idea de utilizar las verduras como elementos ornamentales en el jardín, como ví en Kew Gardens, en Londres: